Juan el Bautista
fue un hombre muy conocido. Su llamado fue el de anunciar la venida del Mesías.
Cuándo Jesús llegó junto a él, le reconoció y le dijo que no era digno de
atarle los zapatos. Luego le bautizó, presenció la llegada de la paloma sobre
la cabeza de Cristo y escuchó la voz del Señor diciendo, “Este es mi hijo en quien
tengo complacencia”. Considerando todo esto, es aún más sorprendente lo que
leemos en
Mateo 11: 2 – 6: “Juan el Bautista,
quien estaba en prisión, oyó acerca de todas las cosas que hacía el Mesías.
Entonces envió a sus discípulos para que le preguntaran a Jesús: ¿Eres tú el
Mesías a quien hemos esperado o debemos seguir buscando a otro? Jesús les dijo: Regresen a Juan y cuéntenle lo que han oído
y visto: los ciegos
ven, los cojos caminan bien, los leprosos son curados, los sordos oyen, los
muertos resucitan, y a los pobres se les predica la Buena Noticia. Y díganle: “Dios bendice a los que no se
apartan por causa de mí”.” (Nueva Traducción Viviente)
Juan
estaba en prisión, puesto ahí por Herodes. Su vida estaba corriendo el riesgo
de ser apagada por ese tirano. Estaba sufriendo y comenzó a dudar. Este hombre
quien desde el vientre había reconocido al Mesías – recuerde que cuando María,
embarazada de Jesús fue a visitar a Elizabeth, madre de Juan, este dio un salto
en su vientre – estando en terrible crisis hasta dudó de la identidad del Hijo
de Dios. De ninguna manera le juzgo. Sí, me identifico. Juan era tan humano
como tú y yo. ¿Alguna vez dudaste de lo que Dios está haciendo? ¿En algún
momento pusiste hasta lo más transcendental en la balanza y te preguntaste si
es real?
La
historia no termina aquí. Si lo hiciere, sería simplemente un triste cuento de
una persona tan falible como cualquier otra. En la segundo parte del relato,
Jesús responde a la pregunta de Juan: Jesús
les dijo: Regresen a
Juan y cuéntenle lo que han oído y visto: los ciegos ven, los cojos caminan bien, los
leprosos son curados, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se
les predica la Buena Noticia. Y díganle: “Dios bendice a los que no se apartan por causa de mí”.
Jesús podría haber dicho
muchas cosas al oír lo que Juan le mandaba preguntar. Bien le podría haber
recriminado o condenado. Sin embargo, hace dos cosas: con sencillez menciona
las pruebas de que es quién dice ser; y le dice que Dios bendice a los que no
dudan. No le llama nombres, ni se exalta porque este amigo suyo duda de él.
Responde con amor. A menudo nos juzgamos severamente a nosotras mismas. Fallamos y creemos que no nos podremos recuperar de nuestro error. Sin embargo, Jesús nos comprende y nos responde con amor. Él siempre ve lo mejor en nosotros. Él siempre tiene palabras de bien.
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