Dios
nos llama. Tiene un propósito especial para cada uno de Sus hijos e hijas. Para
muchas personas, la dificultad no se encuentra en descubrir ese llamado, sino
en cómo ponerlo en práctica. Cuando Dios llamó a Ezequiel le dijo varias cosas
que nos enseñan la verdad acerca de nuestro propio llamado. Podemos leer acerca
de ello en el capítulo 2 de Ezequiel:
“Me dijo: «Hijo de hombre, ponte sobre tus pies y hablaré contigo.» Después
de hablarme, entró el espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me
hablaba. Me dijo: «Hijo de
hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a una nación de rebeldes que se
rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este
mismo día. Yo, pues, te
envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón, y les dirás: “Así ha
dicho Jehová el Señor.” Acaso ellos escuchen; pero si no escuchan, porque son una casa
rebelde, siempre sabrán que hubo un profeta entre ellos. Pero
tú, hijo de hombre, no los temas ni tengas miedo de sus palabras. Aunque te
hallas entre zarzas y espinos, y habitas con escorpiones, no tengas miedo de
sus palabras, ni temas delante de ellos, porque son una casa rebelde. Les
hablarás, pues, mis palabras, ya sea que escuchen o que dejen de escuchar,
porque son muy rebeldes. Pero
tú, hijo de hombre, escucha lo que te digo; no seas rebelde, como la casa
rebelde; abre tu boca, y come lo que te doy.»
Miré, y vi una mano extendida hacia mí, y en ella había un libro
enrollado. Lo extendió delante de mí, y estaba escrito por delante y por
detrás; y había escritos en él cantos fúnebres, gemidos y ayes.”
El Dios inmortal
e omnipotente habla al hombre mortal y débil. La distancia que existe entre los
dos es enfatizada por las palabras “hijo
de hombre”, que otras traducciones expresan como “hijo del polvo”. Testifican que
Él quien todo lo hizo, todo lo sabe y todo lo es, se comunica con el ser humano
efímero. Es que Él realiza Su trabajo a través de nosotros. Siempre ha sido Su
plan. Esto es motivo de asombro y celebración. Somos hechos del polvo pero Su
aliento nos lleva a ser más que vencedores.
Nos encantaría
recibir un “llamado asegurado” ¿no? Algo que, si solo nos esforzáramos un poco,
tendríamos el éxito afirmado. Quizás nos gustaría pensar que si Dios nos manda
hacer algo, sí o sí se verán los resultados y el fruto de nuestra labor. ¿Cuál
es la medida de nuestro éxito? ¿Cómo se puede evaluar el nivel de alcance de
nuestro ministerio?
Cuando Ezequiel
tuvo esta visión se habrá sentido perplejo por cosas que no entendía. Sin embargo,
él sabía que cada parte tenía significado. A menudo no entenderemos todo lo que
Dios hace o dice, pero debemos comprender que viene de Él carece de
importancia.
Ezequiel recibió
instrucciones específicas acerca de lo que debía hacer, pero Dios fue claro
acerca de ciertas cosas que hoy nos abren los ojos sobre cuál es nuestro primer
llamado.
Dios vio la
actitud y la obediencia de Ezequiel, lo
llenó de Su Espíritu y le dio todo lo
que necesitaba para cumplir con la tarea. No podremos cumplir con el propósito que
Dios ha puesto delante de nosotros si no
tenemos el poder del Espíritu Santo operando en y a través de nosotros. Cuando somos
obedientes y llenos de Él, nada podrá impedir el éxito.
Esto nos lleva a
una pregunta muy importante: ¿Qué es el éxito? Según los estándares del mundo,
el éxito de mide por el resultado. No obstante, Dios no se maneja según las
normas del mundo. Le ordena al profeta a que lleve su mensaje a Israel, pero le
aclara que lo haga, aunque le escuchen o no. El éxito de la tarea no residía en
el resultado, el cual Dios ya sabía: “Les
hablarás, pues, mis palabras, ya sea que escuchen o que dejen de escuchar,
porque son muy rebeldes.” El verdadero éxito en la tarea no
se encuentra en el producto, sino en nuestra obediencia. Dios no te medirá
según la cantidad de personas que respondieron a tu mensaje sino en cómo
respondiste tú a Su voz. Lo que Él logra a través de ti es importante, pero más
importante aún es lo que quiere lograr en ti.
Dios nos desafía
hoy a reconsiderar nuestras medidas de éxito. No es cuestión de lograr lo que nosotras
deseamos o lo que otros dicen que debe ser, sino en hacer Su voluntad y
descansar en que los resultados, y la gloria entera, le pertenecen a Él.
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