lunes, 4 de agosto de 2014

EL ÉXITO ASEGURADO

Dios nos llama. Tiene un propósito especial para cada uno de Sus hijos e hijas. Para muchas personas, la dificultad no se encuentra en descubrir ese llamado, sino en cómo ponerlo en práctica. Cuando Dios llamó a Ezequiel le dijo varias cosas que nos enseñan la verdad acerca de nuestro propio llamado. Podemos leer acerca de ello en el capítulo 2 de Ezequiel:

“Me dijo: «Hijo de hombre, ponte sobre tus pies y hablaré contigo.»  Después de hablarme, entró el espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba. Me dijo: «Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a una nación de rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día.  Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón, y les dirás: “Así ha dicho Jehová el Señor.” Acaso ellos escuchen; pero si no escuchan, porque son una casa rebelde, siempre sabrán que hubo un profeta entre ellos.  Pero tú, hijo de hombre, no los temas ni tengas miedo de sus palabras. Aunque te hallas entre zarzas y espinos, y habitas con escorpiones, no tengas miedo de sus palabras, ni temas delante de ellos, porque son una casa rebelde.  Les hablarás, pues, mis palabras, ya sea que escuchen o que dejen de escuchar, porque son muy rebeldes. Pero tú, hijo de hombre, escucha lo que te digo; no seas rebelde, como la casa rebelde; abre tu boca, y come lo que te doy.»
Miré, y vi una mano extendida hacia mí, y en ella había un libro enrollado. Lo extendió delante de mí, y estaba escrito por delante y por detrás; y había escritos en él cantos fúnebres, gemidos y ayes.

El Dios inmortal e omnipotente habla al hombre mortal y débil. La distancia que existe entre los dos es enfatizada por las palabras  “hijo de hombre”, que otras traducciones expresan como “hijo del polvo”. Testifican que Él quien todo lo hizo, todo lo sabe y todo lo es, se comunica con el ser humano efímero. Es que Él realiza Su trabajo a través de nosotros. Siempre ha sido Su plan. Esto es motivo de asombro y celebración. Somos hechos del polvo pero Su aliento nos lleva a ser más que vencedores.

Nos encantaría recibir un “llamado asegurado” ¿no? Algo que, si solo nos esforzáramos un poco, tendríamos el éxito afirmado. Quizás nos gustaría pensar que si Dios nos manda hacer algo, sí o sí se verán los resultados y el fruto de nuestra labor. ¿Cuál es la medida de nuestro éxito? ¿Cómo se puede evaluar el nivel de alcance de nuestro ministerio?

Cuando Ezequiel tuvo esta visión se habrá sentido perplejo por cosas que no entendía. Sin embargo, él sabía que cada parte tenía significado. A menudo no entenderemos todo lo que Dios hace o dice, pero debemos comprender que viene de Él carece de importancia.

Ezequiel recibió instrucciones específicas acerca de lo que debía hacer, pero Dios fue claro acerca de ciertas cosas que hoy nos abren los ojos sobre cuál es nuestro primer llamado.

Dios vio la actitud y la obediencia de Ezequiel,  lo llenó de Su Espíritu  y le dio todo lo que necesitaba para cumplir con la tarea. No podremos cumplir con el propósito que Dios  ha puesto delante de nosotros si no tenemos el poder del Espíritu Santo operando en y a través de nosotros. Cuando somos obedientes y llenos de Él, nada podrá impedir el éxito.

Esto nos lleva a una pregunta muy importante: ¿Qué es el éxito? Según los estándares del mundo, el éxito de mide por el resultado. No obstante, Dios no se maneja según las normas del mundo. Le ordena al profeta a que lleve su mensaje a Israel, pero le aclara que lo haga, aunque le escuchen o no. El éxito de la tarea no residía en el resultado, el cual Dios ya sabía: “Les hablarás, pues, mis palabras, ya sea que escuchen o que dejen de escuchar, porque son muy rebeldes. El verdadero éxito en la tarea no se encuentra en el producto, sino en nuestra obediencia. Dios no te medirá según la cantidad de personas que respondieron a tu mensaje sino en cómo respondiste tú a Su voz. Lo que Él logra a través de ti es importante, pero más importante aún es lo que quiere lograr en ti.


Dios nos desafía hoy a reconsiderar nuestras medidas de éxito. No es cuestión de lograr lo que nosotras deseamos o lo que otros dicen que debe ser, sino en hacer Su voluntad y descansar en que los resultados, y la gloria entera, le pertenecen a Él. 

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