No
somos perfectas, pero por alguna razón tendemos a creer que la meta es la
perfección. Esto se puede convertir en una carga muy pesada. Cuando no estamos
satisfechas con nada menos que la excelencia, no dejamos lugar para la vida. Muchas
mujeres no necesitamos que otra persona nos exija nada ¡porque nadie nos podrá demandar
más de lo que nos exigimos a nosotras mismas!
Sheila
Walsh es una mujer a quien admiro mucho. Ella es una cantante británica. Hoy día
da conferencias y enseña acerca del amor de Dios. Cuando joven alcanzó fama con
su bella voz celta y canciones como “Triumph in the Air” (Triunfo en el Aire) y
“Hope for the Hopeless” (Esperanza para los Desesperanzados). Aunque Sheila se
veía perfecta por fuera, por dentro vivía un infierno. Cuando niña su padre se había
suicidado en un hospital para enfermos mentales, lo cual la había afectado
profundamente. Él había muerto a los treinta y cuatro años y ahora ella, con esa
edad, sentía que su vida se acababa.
Uno
puede preguntarse cómo es posible esto: que ella, siendo hermosa, famosa y
exitosa, podría creer con todo su corazón que moriría. Nosotras no podemos
conocer y mucho menos juzgar lo que sucede en el corazón de otra persona. Ella estaba
afligida y no podía explicarlo. La sombra de muerte posaba sobre ella.
Un
día al terminar un concierto que fue televisada en la televisión nacional de
Inglaterra, fue directamente a un hospital para enfermos mentales y se internó.
Se sentía demasiado sola y muy débil como para continuar. Había intentado trabajar hasta agotarse para
olvidar su dolor. Había creído que si a todo el mundo le lograba convencer de
su valor, borraría de su memoria el hecho de que ella no había sido suficiente
como para que su papá decidiera seguir luchando. Nada de esto había funcionado.
La
pusieron en una pequeña pieza, con solo una cama y nada más. En la pieza no
había nada con lo cual podría intentar matarse y la enfermera la informó de dos
cosas: que las luces no se iban a apagar en ningún momento y que cada tanto
entraría alguien a controlar que estuviera bien. Ella ni siquiera se acostó. Se
sentó en el piso en una esquina, con las piernas dobladas y descansó la cabeza
sobre las rodillas.
Aproximadamente
a las tres de la madrugada sintió que alguien abrió la puerta y entró. Como no
escuchó más ruido levantó la cabeza y encontró que justo frente a ella estaba
parado un hombre alto, vestido de blanco con un cordero de peluche en la mano. El
varón le entregó el animal y fue otra vez hasta la puerta. Al llegar cerca de
la salida, dio medio vuelta y, mirándola a la cara le dijo, “Sheila, el Pastor
sabe dónde encontrarte.”
Esas
palabras a Sheila la acompañaron durante todo el proceso de sanación. Fue un
proceso largo pero fue completo porque en ese tiempo conoció a Cristo como su
Único y Suficiente Salvador. El Pastor supo donde encontrarla. Su brazo largo
la sacó del lodo cenagoso y la puso de pie.
Quizás,
como Sheila, estés luchando con el dolor y el rechazo hacia tu propia persona.
Tal vez estés esforzándote hoy por mostrar a todos que tu vida es perfecta cuando
sabes que en tu corazón hay tantas heridas, que el resultado es el desorden
disfrazado. Podría ser que nada este mal
en tu vida, aparte de la sequedad que resulta del autocontrol desmedido. Yo no sé
dónde te encuentras hoy, pero tu Pastor sí. Las palabras que ese ángel habló a
Sheila pueden ser parafraseadas algo así: “Aunque estés en el valle de la
sombra de la muerte, Yo sé dónde encontrarte.”
¿No
es maravilloso ser amada tal como eres? Te conoce y te ama. Sepa que el Pastor te
ama con abandono sin pedirte ser diferente. Ahí donde estas, en la condición en
la que te hallas, Él te encuentra. Reciba libertad.
¿A dónde me iré de tu Espíritu?
¿Y
a dónde huiré de tu presencia?
Si subiere a los cielos, allí estás tú;
Y
si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.
Si tomare las alas del alba
Y
habitare en el extremo del mar,
Aun allí me guiará tu mano,
Y
me asirá tu diestra.
Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán;
Aun
la noche resplandecerá alrededor de mí.
Aun las tinieblas no encubren de ti,
Y
la noche resplandece como el día;
Lo
mismo te son las tinieblas que la luz.
Salmo 139: 7 - 12
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