Ayer
vimos como David había fallado. Había estado donde no debía estar, lo cual le
llevó a hacer lo que no debía hacer. A consecuencia una familia fue destruida. La
gravedad de la situación se comprende mejor al mirar a los demás protagonistas
de esta historia.
Betsabé
no le buscó a David; y aparentemente su relación con su esposo era excelente.
Ella acudió al rey por obediencia. David tomó a una mujer ajena; quien amaba a
su esposo, quien servía al rey y a la nación.
Urías
era un hombre ejemplar. Era el tipo de persona que cualquiera quisiera tener en su equipo. Era fiel a David,
dispuesto a dar todo; y no temía sacrificarse porque ponía los intereses de los
demás antes de sus propias necesidades. En medio de esta relación David se
metió, y destruyó todo. Urias murió para que David pudiera encontrar una
supuesta salida al problema. Asesinato incluimos en la lista de cosas en contra
de David.
Y
está también el bebé. David la embarazó a Betsabé y esa criatura murió a
consecuencia del pecado de su padre. Una vida perdida, un inocente que pagó el
precio más alto.
Cuando
en un momento miró la situación, quiso creer que todo estaba resuelto. Se quiso
convencer de que el problema estaba solucionado: Urias estaba muerto, Betsabé estaba
en el palacio, el bebé había nacido y todo seguía sobre rieles. ¿O no? Él
intentaba seguir su propio camino, sin Dios. El espíritu de David estaba solo. Nuestro
espíritu sabe cuando las cosas no están bien, y no tenemos paz. Él tampoco lo
tenía.
Todo
aparentaba estar bien. Pero no. Él escribió en Salmos 31:10: Porque mi vida se va gastando de dolor, y
mis años de suspirar; se agotan mis fuerzas a causa de mi iniquidad, y mis huesos se han consumido;
y en el 32:3: Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Alguna vez estuviste en semejante lugar? Pecaste
pero lo escondes. A pesar de que pueda aparentar que todo esté bien, por dentro
todo está mal. No tienes paz; a veces hasta la salud se ve afectada. No puedes
acercarte a Dios porque sabes que al hacerlo, te vas a ver como en un espejo, y
eso sería insoportable.
Más
de una persona había sido testigo del pecado de David. Era el nombre de Dios
que estaba en juego porque David era hombre ejemplar y líder de muchos. Tenía
el privilegio de estar en una posición de influencia. Tú también estas ahí. Eres representante de Dios en un mundo
oscuro. Muchos te tienen en cuenta como ejemplo a seguir. Eres líder porque
Dios no te hizo para ser cola, sino para ser cabeza. Tienes responsabilidad en
el Reino de Dios. No puedes bajar la guardia, porque tus actos y tus decisiones
traen consecuencias que afectan a muchos. Cuán
grande es nuestro privilegio de servir
al Rey; y cuán importante es nuestra forma de vivir para dar testimonio de Su
obra.
Llega
el momento. Natán habla acerca de una oveja y dos hombres, y David no percibe
el simbolismo. Se lo expone despiadadamente: “Tú eres ese hombre!” Las palabras
del profeta clavan más fuerte que puñales. Entonces sucede el más hermoso
milagro: David dice “He pecado contra el Señor”. No intenta ofrecer excusas,
tampoco busca pretextos. Es sincero en su reconocimiento. Admite que pecó y
contra quién.
Cuán
grande e inexplicable es el amor de nuestro Dios. Ahí mismo, el profeta Natán
responde: “Si, pero el Señor ya te
ha perdonado”. Todo lo que David había hecho, la gravedad de sus actos, las
repercusiones de sus errores, todo fue borrado. Fue al instante. Dios no exige explicaciones, ni da la espalda para
castigar. Dios no mira como miramos los hombres, mira el corazón; y en el
corazón de David vio arrepentimiento sincero. En ese momento cambió por
completo el panorama de David.
Dios
no busca limpiarnos porque quiere hijos perfectos. Lo hace porque quiere hijos
felices. Mientras estemos bajo el pesado yugo del pecado, no tenemos ni paz ni
gozo. Al recibir Su precioso perdón, gozamos de una libertad absoluta. En lo
eternal es borrón y cuenta nueva. No creas que tu pecado sea tan grande que el
Señor no pueda o no quiera redimirte. No
importa qué hiciste, la gracia de Dios alcanza para limpiarte completa e
instantáneamente. ¡Sublime gracia del Señor que a un vil pecador salvó!
No esperes a
que alguien te tenga que enfrentar. Deja que el Espíritu Santo obre ahora. Abre
tu corazón a Él. Sé libre, en el nombre de Jesús.
Señor, soy
débil. Te he fallado y hoy busco tu perdón. Reconozco que solo en Ti hay
verdadera libertad, y lo ansío. Quiero ser libre y feliz. Te entrego mi vida y
te pido guiar todas mis decisiones. Gracias por el perdón que Tú das al
instante. Amén.
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