¿Qué
hace que una persona este tan desesperado por el cambio que haría CUALQUIER
cosa por conseguirlo? En Mateo 8 leemos acerca de alguien quien sí lo hizo. Era
un leproso. La lepra es una enfermedad que no respeta clase social ni nivel económico.
Los leprosos en los tiempos bíblicos eran completamente apartados. Vivían
separados en colonias y no podían tener contacto con personas no leprosas,
siquiera su propia familia. No les era permitida la participación en
festividades o reuniones familiares; y solo recibían alimento si alguien se lo
dejaba en las afueras de la colonia. Perdían todo debido a una enfermedad que
en ese tiempo era incurable. Cuando partían para la colonia sabían que se les
había dado un boleto sin regreso. Habrá sido una existencia muy triste.
¿Qué hace que el leproso de Mateo 8
se atreva a romper las normas sociales y religiosas, y enfrentar burlas y
rechazo? Es sencillo. Con desesperación anhelaba ser sano. Y no solo eso: sabía
donde hallar la sanidad. Estaba dispuesto a arriesgar todo porque sabía que un
encuentro con el Maestro daría la vuelta a su vida. Jesús había bajado del
monte y “le seguía mucha gente”.
Había multitudes ahí ese día. En medio de ellos, un marginado viene abriendo
camino hasta llegar a Jesús. Puedo imaginar la reacción de la gente. “¿Quién se
cree? ¿Acaso no sabe que no se le permite estar aquí?” o “Salgamos del camino
antes de que nos toque!”
Cuando el leproso llega junto a
Jesús, se humilla delante de Él. “Y he aquí vino un leproso y se postró ante él,
diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.”” (Mateo 8:2) Nada exige. Con humildad pone su
vida en las manos del Hijo de Dios. ““Si quieres…” mi vida será transformada
por Tu poder. Aquí estoy delante de ti, en terrible necesidad de un toque de Tu
mano. Hágase Tu voluntad.”
El leproso padecía una enfermedad
visible. Con el tiempo lo mataría. Causaría una muerte física. Sin embargo, existe una enfermedad mucho peor que la lepra.
Causa la muerte eterna. En una escala de enfermedades terminales esta es la
peor de todas. Sucede que, aunque existe
en proporciones epidémicas, muchos la defienden. Esta enfermedad se llama
pecado.
Tenemos tanto que aprender de este
hombre. Tuvo consciencia de su necesidad y estaba dispuesto a lo que fuera
necesario para conseguir su milagro. Su humildad movió el corazón y la mano
sanadora de Jesús “Jesús extendió la mano y le tocó,
diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.” (Mateo 8:3)
El leproso podría haberse quedado en
la colonia. Podría haber pensado que era imposible ir en contra de las normas. Podría
haberse dejado limitar por las reglas. Sin embargo, decidió ser libre. Supo
dónde ir y fue. El encuentro con Cristo lo cambió todo.
Ir a Cristo nuestra elección es. ¿Dónde estás ahora? ¿Ya te has presentado ante
el Maestro pidiendo ser limpio? No dejes que las costumbres te roben la
bendición. Nunca es demasiado tarde. Ven a Él ahora y con humildad admite tu
necesidad. Pon tu vida en Sus manos. Deja que te toque y sé libre.
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