¿Alguna
vez estuviste en una situación donde con sinceridad dijiste a Dios “No puedo
más. Ya no tengo las fuerzas. Ni un paso más puedo dar…”? La vida no es fácil y
creo que seríamos muy mentirosas si dijéramos que nunca habíamos pasado por
semejante situación. Como dice Pablo,
“cuando débil, en Él fuerte soy”; pero hay un proceso vital en esta
situación que no debemos pasar por alto, uno que nos ayudará a alcanzar nuevos
niveles de fe y lo aprendemos del mismo Jesucristo.
Me asombran las palabras que
encontramos en el capítulo 14 de Marcos: “Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a
Juan y comenzó a entristecerse y a
angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy
triste, hasta la muerte…”
(Énfasis agregado) El Señor Jesucristo sabía lo que le esperaba. Piensa ahora
en la peor prueba que has pasado hasta hoy; y ahora compáralo con lo que Jesús
enfrentaba. Sabía que iba a morir. Sabía que todos le iban a abandonar. Sabía
que iba a ser molido – literalmente. ¿Alguna vez consideraste el significado de
esa palabra, usada por el profeta Isaías? No es sorprendente entonces que se
sintió angustiado. Quizás me digan:
“¡Pero estamos hablando de Jesús, el Hijo de Dios! ¿Acaso no tenía Él la
fortaleza suficiente para enfrentar la muerte?” No olviden que Jesús fue
totalmente Dios y totalmente hombre. Cada golpe, cada clavo, cada latigazo le
dolió tanto a Él como nos dolería a nosotras.
¿Qué prueba estas pasando? ¿Qué te
angustia o entristece? Cuán maravilloso saber que en medio de la prueba, no
solo está Él contigo, ¡sino que también te comprende perfectamente porque Él
estuvo allí!
Sin embargo, aprendemos mucho más
del maravilloso ejemplo de Jesús. En el momento de mayor ansiedad, Él no hizo
lo que muchas veces hacemos nosotras – buscar estar sola con la tristeza y los
pensamientos negativos. ¡No! Jesucristo hizo lo que tú y yo debemos hacer cada
vez que la vida nos angustia y en especial cuando la carga se vuelve
inaguantable – se tiró a los brazos del Padre. Derramó su ser ahí en el suelo
del Getsemaní. No se reservó a términos conservadoras o expresiones superfluas.
Desnudó su corazón: “Padre, si quieres, pasa de mi esta copa; pero no se haga
mi voluntad sino la tuya” (Lucas 22:42) En otras palabras: Si hay alguna manera
de evitar que tenga que pasar por esto, por favor ayúdame; pero por sobre todo
quiero hacer lo que Tú quieres, no lo que yo deseo. El Padre le respondió.
Imagino la madrugada fresca en el jardín. Jesús postrado en el suelo, llorando,
clamando; y Su Padre en el trono en el cielo, llorando también; mirando a su Hijo
Amado, sabiendo bien que Él sufría y que iba a sufrir mucho más. Esto era el
plan. Él tenía que beber de esa copa porque era la única manera de que tú yo
pudiéramos ser libres.
Entonces
Dios hace lo único que pudo: le manda consuelo en la forma de un ángel para
fortalecerle. No termina el dolor de Jesús con la aparición del ángel. Cuenta
el libro de Lucas que Él “estando en agonía, oraba más intensamente; y era su
sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta el suelo.” Es inimaginable
la angustia que Cristo está pasando. En
ese momento de tribulación, se refugia en los brazos de Su Padre.
Derrama todo, pero ya no está solo – y es ahí, en el abrazo del Señor, que Él
encuentra la fortaleza para seguir adelante. Oró varias horas antes de ponerse de
pie y ser arrestado.
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