Mientras
Jesús decía esto, una mujer de entre la multitud levantó la voz y dijo:
“¡Dichoso el vientre que te dio a luz, y los senos que te amamantaron!” Jesús
respondió: “Más bien, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios, y la
obedecen.”
Lucas 11:27 y 28
Jesús
estaba enseñando por todas partes. Ya era renombrado entre la gente por Sus
enseñanzas y por los milagros que hacía. Un día, en medio de la multitud, una
mujer levanta la voz y dice “¡Dichoso el vientre que te dio a luz, y los senos
que te amamantaron!” Estas palabras, pronunciadas ante mucha gente, pueden
parecer hasta groseras. ¿Cómo habrá reaccionado la gente cuando oyeron lo que
dijo? ¿Será que sus palabras causaron timidez en alguno?
En
el contexto cultural de la época, dicha mujer estaba expresando mucho más que
un simple pensamiento. En ese tiempo, el valor de una mujer yacía en los hijos
que tuviera. Si una mujer no tenía hijos, era considerada sin valor. Si tenía
hijos, si estos eran ejemplares, ella era enaltecida. Lo que esta mujer decía
con sus palabras era “¡Eres admirable! Tu mamá es honrada por quien eres Tú.
Quisiera lo mismo.”
No
sé cuál podrá haber sido la situación de ella ni de su familia. Quizás había
sufrido a causa de sus hijos; tal vez simplemente admiraba mucho a Jesús y
reconocía Su señorío; o podría ser que no tenía hijos. No tenemos forma de
saberlo. Esto sí: ella medía su valor según las normas de la época. Para ella,
su valor era fijado por cosas externas. No entendía que su valor no era establecido
por lo que ella hacía o no, sino por lo que haría Quien estaba parado frente a
ella.
Muchas
mujeres creen que un hombre las hará completas. Otras buscan la realización
personal que anhelan en cosas materiales y logros personales. Es lo mismo que
esa mujer le expresaba a Jesús. Cambia las letras nada más:
“¡Dichosa
la mujer que tenga un esposo como aquel!”
“¡Dichosa
la que tenga un cuerpo con esas medidas!”
“¡Dichosa
la que tenga ese auto/esa casa/esa familia/un novio!” (Puedes agregar cuantas
cosas quieras ahí).
Hoy muchas
mujeres siguen buscando su valor en lo que hacen: el trabajo, el sueldo, los
hijos, la familia perfecta, la casa, la carrera profesional, el autoimagen y
muchas cosas más. Aunque todo esto puede ser importante, no nos otorga ni nos resta
valor como persona. ¿Qué es importante según nuestra cultura? Mirando los
medios, pareciera que una mujer debe tener cierta figura, vestirse de cierta
manera, poseer ciertos bienes y alcanzar ciertas cosas. ¡Nada de esto es
acertado! Nos quieren hacer creer que para ser alguien debemos seguir modelos que
nos imponen. Esto es mentira. Solo debes ser tú. Y solo necesitas a
Cristo.
Siempre
queremos más. Pensamos que si tan solo podamos tener ese algo entonces todo estará bien. No es así. Mientras busquemos
nuestro valor en cosas externas u otras personas, seguiremos sintiéndonos sin
valor. Si nuestro valor dependiera de lo que hacemos o tenemos, ¡algunas
estaríamos muy mal! ¡Qué bueno que Dios no nos mide como el mundo lo hace! A Él
no le impresiona cosas superfluas. Al Señor le impacta tu corazón. Nuestro
valor está en Cristo. Antes de tener un trabajo, aún sin familia y aunque no
tengamos un ministerio u dinero abundante tenemos valor – no por lo que hacemos,
y mucho menos por lo que tenemos. Es por quien es Él y por lo que Él ha hecho.
Jesús
le aclaró a esa mujer que los que obedecen Su Palabra son verdaderamente
dichosos. La Palabra nos llama a entregarnos a Él, a vivir por Él y a descansar
en Él. No nos empuja a tener más ni a ser “alguien”, sino a estar cada día más
cerca de Él. La Biblia nos enseña que todos los que están cerca de Él son
exitosos.
Si
tu valor dependiera de lo que haces, sería muy inestable. Es porque se
encuentra en Cristo que es inquebrantable. Todo puede fallar. Lo pasajero
desaparecerá. Cristo permanece por siempre.
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