No
es fácil ser mujer en el mundo moderno. Son tantas las exigencias que nos
imponen que en un descuido nos encontramos desvelándonos para cumplir con lo
que otros nos exigen. La figura, la vestimenta, el peinado, las carteras, la
vida social, la pareja, etc. etc. Todo esto equivale a mucha presión. ¡Nos
quieren hacer creer que la identidad puede ser delineada por normas del mundo, e impuesta sobre toda mujer por igual.
¡Mentira del diablo!
Los
medios de comunicación son bravos. No tienen piedad de nadie. Algunos datos que
asustan: en los países desarrollados la edad a la cual las mujeres comienzan a
deprimirse por su figura (“Me siento gorda”, “No me gusta mi cuerpo”, etc.) ¡es
a los diez años! Mientras deberían
estar jugando aún a la muñeca, ellas ya están sintiendo el peso del concepto de
la belleza ideal. En Corea, donde la imagen personal es primordial, hay un alto
índice de suicidio de chicas por sentirse rechazadas. ¿Por qué? Porque son “feas”,
aunque no lo son. ¿Hasta qué punto puede el mundo influir en el auto concepto y
autoestima? La respuesta es sencilla: hasta donde una lo permita.
Dios
nos da una respuesta concreta en Romanos 12:2: “Y no os conforméis a esta
siglo: sino transformados por la renovación de vuestro entendimiento, para que
experimentéis cuál sea la buena Voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Este
versículo nos revela un peligro eminente – que podemos llegar a conformarnos. Y
es más, ¡esta carta fue escrita a la iglesia!
Conformarse
es aceptar sin protesta algo que puede considerarse malo, insatisfactorio o
insuficiente. Estos tres adjetivos describen a la perfección el concepto que el
mundo transmite de lo que es la mujer. No somos ninguna de estas cosas. No somos objeto sexual. No somos superiores.
Tampoco somos inferiores. No somos todas iguales y no tenemos por qué aspirar a
tener el “cuerpo perfecto”. Sí somos bellas. Sí sabemos amar y queremos ser
amadas. Sí queremos alcanzar grandes cosas.
Hay
una sola manera de ser libre de los paradigmas que aprendiste por el camino:
siendo renovada por Dios. No sé cómo lo hace, pero lo hace. Yo soy testimonio
de esto. Quitó de mi mente ciertas formas de pensar que me hacían daño y las
reemplazó por sus ideas. Me abrazó y le conocí. A medida que le descubrí a Él,
me descubrí a mí misma. Fue cambiándome (y el proceso sigue) y pude
experimentar la voluntad buena, agradable y perfecta de Dios.
Dios
es soberano, hasta en los pequeños detalles. No nos abandonará en el error,
sino de manera fiel trabajará en nosotras. Dale hoy la libertad a tu Padre
Celestial de renovar tu mente. Cambiará aquello que no es de Él por lo que es
bueno, agradable y perfecto. Sí o sí te conviene.
Amado Padre
Gracias por interesarte en los
detalles de mi mente y corazón. Gracias porque siempre quieres lo mejor para
mí. Puedo confiar en Ti, sabiendo que no me harás daño, ni me desampararás. Te
entrego hoy mi mente. Examínala, Papá, y cambia en ella aquello que el mundo ha
implantado ahí y que no me conviene. Dame Tu forma de pensar. Hazme ver como Tú
ves. Te amo.
Amén.
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