Al mirar la historia de Israel,
vemos el pueblo escogido por Dios y que lastimosamente muchas veces no entendió
su lugar en la historia. Sin embargo, vemos en su historia nuestra propia
condición. Israel es el pueblo escogido de Dios, favorecido por Él. Sin embargo,
a Dios le dio la espalda y cometió sinfín de pecados terribles. A consecuencia,
el estilo de vida del pueblo de Israel se degeneró a tal punto que a Dios le
provocaron la ira.
Había sucedido en el desierto,
después de la salida de Egipto: Entonces
el Señor le dijo a Moisés: ¿Hasta
cuándo esta gente me seguirá menospreciando? ¿Hasta cuándo se negarán a creer
en mí, a pesar de todas las maravillas que he hecho entre ellos? (Números
14:11). No cambió su actitud, a pesar de que Dios siguió avisándoles que no iba
a esperar por siempre: Además, una y otra
vez el Señor les ha enviado a sus siervos los profetas, pero ustedes no los han
escuchado ni les han prestado atención. Ellos los exhortaban: "Dejen ya su
mal camino y sus malas acciones. Así podrán habitar en la tierra que, desde
siempre y para siempre, el Señor les ha dado a ustedes y a sus antepasados. No
vayan tras otros dioses para servirles y adorarlos; no me irriten con la obra
de sus manos, y no les haré ningún mal." »Pero ustedes no me obedecieron —afirma el
Señor—, sino que me irritaron con la obra de sus manos, para su propia
desgracia.”
La consecuencia para Israel era
violencia, dominio y exilio. ¡Qué terrible es la condición humana sin Dios! No
podemos pretender vivir en victoria, ni recibir bendición alguna, sin Él.
Resulta fácil entender hasta aquí. El pecado, el rechazo a Dios trae
consecuencias; la rebeldía conlleva castigo. Lo que vemos en la historia de
Israel, no es lejos de nuestra realidad. Pregúntale a cualquier persona quien
ha vivido lejos de Dios cuál ha sido su experiencia. Te contará que, ahora que
vive cerca de su Padre, sabe que vivir sin el Señor es terrible. ¿Dónde estás
tú hoy? ¿Vives cerca o lejos de tu Creador?
Debemos leer toda la historia para
conocer cuán grande es el amor de nuestro Padre. A pesar de que Israel le había
rechazado y ofendido profundamente a Dios, quien los había creado, levantado y
bendecido, Él pronuncia estas palabras: Así
dice el SEÑOR: Reprime tu voz del llanto, y tus ojos de las lágrimas; hay pago
para tu trabajo--declara el SEÑOR--, pues volverán de la tierra del enemigo. Y
hay esperanza para tu porvenir--declara el SEÑOR--, los hijos volverán a su
territorio.(Jeremías 31: 16, 17). Dios sufre al ver a Sus hijos sufrir. Él
escucha cuando Sus hijos levantan la voz para clamar por misericordia.
No
debemos olvidar que sucedió algo que Dios no puede resistir: el
arrepentimiento. Ciertamente he oído a
Efraín lamentarse: "Me has castigado, y castigado fui como becerro indómito.
Hazme volver para que sea restaurado, pues tú, Señor, eres mi Dios. Porque
después que me aparté, me arrepentí, y después que comprendí, me di golpes en
el muslo; me avergoncé y también me humillé, porque llevaba el oprobio de mi
juventud." (Jeremías 31:18, 19). El corazón de Dios no puede oponerse
al corazón humilde y contrito. Él es amor y no puede ir en contra de sí mismo. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y
justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 1 Juan 1:9
Dios es Padre por excelencia. No
castiga con malevolencia, lo hace con amor. Sabe Él que nosotros, Sus hijos,
necesitamos ser castigados para aprender; y que tenemos que aprender para así
poder recibir todas las bendiciones que Él nos quiere dar. El hijo quien no ha
sido enseñado debidamente, el que no ha sido encaminado, ¿qué bien podrá hacer
con todo lo que hereda de su padre? La disciplina y el castigo no son solo
consecuencias de nuestros hechos, sino también resultado del amor incondicional
de nuestro Padre Celestial.
En Jeremías 30: 11 Dios cuenta esta
verdad: Porque yo estoy contigo para
salvarte, dice Jehová, y destruiré a todas las naciones entre las cuales te
esparcí; pero a ti no te destruiré, sino que te castigaré con justicia; de
ninguna manera te dejaré sin castigo. Nuestro Padre, siendo Buen Padre, no
dejará de castigarnos. Nos castiga con justicia. El concepto de justicia de Dios es mucho más
alto que el nuestro. Nosotros pensamos que justicia consiste en dar al
merecedor y castigar al ofensor. El concepto que Dios tiene de la justicia es
esta: dar todo por quien nada merece. Cuando Él dice que nos castiga con
justicia ¡salimos ganando siempre!
La repuesta de Dios al
arrepentimiento genuino lo vemos en el versículo 20 del capítulo 31 de
Jeremías: ¿No es Efraín mi hijo amado?
¿No es un niño encantador? Pues siempre que hablo contra él, lo recuerdo aún
más; por eso mis entrañas se conmueven por él, ciertamente tendré de él
misericordia--declara el SEÑOR. Dios nos considera hijos preciosos, somos
Su deleite y nunca se olvida de nosotros. ¡El Señor dice que Sus entrañas se
conmueven por nosotros! Recuerdo que cuando mis hijas y mi hijo eran bebés,
solía pararme al lado de su cuna para observarles dormir; y se me subía un nudo
a la garganta que casi me impedía la respiración. Es que el amor que tiene un
padre por su hijo es inexplicablemente profundo. Nosotros, Sus hijos, erramos,
le desobedecemos y nos rebelamos contra Él. Aún así nuestro Padre nos ama, nos
levanta y nos bendice. El amor nunca deja de ser.
No importa cuán terrible el pecado, o
cuán triste el pasado. Él es tu Padre; y aunque te castigue, lo hará con amor y
para tu bien. No te opongas a Su instrucción. Aprenda. Cambie. Las
consecuencias de abrazar Su verdad siempre son de bendición.
Y sabemos que a los que aman
a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su
propósito son llamados.
Romanos
8:28