lunes, 14 de diciembre de 2015

LO QUE PUEDO DAR


Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles;  sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;  y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.
1 Corintios 1: 26 - 29

¿Qué podemos ofrecerle nosotros al Señor? Si algo bueno tenemos es porque Él lo puso en nosotros. Hasta lo malo que tenemos Él lo trabaja con paciencia hasta transformarlo. La verdad es que nada tenemos. Él tomó lo necio, lo débil y lo vil de este mundo (de lo cual yo soy el mejor ejemplo) para deshacer lo que es y usarlo para mostrar Su gloria y poder.

Desde dónde hoy estoy parada puedo mirar hacia atrás y ver las maravillas que Él ha hecho en mí. Con inexplicable amor y misericordia desde el día en que me rendí a Él, Él no ha dejado de trabajar. ¡Y lo sigue haciendo! Soy una obra en construcción. Recalco, sin embargo, que la Obra es Suya. No tengo nada de qué jactarme.

Recibimos del Señor los talentos y los dones. Él nos forma en personalidad y carácter. Nos da fortalezas y capacidades. Otra vez: es Él quien hace todo esto. Que alguien quiere llevarse algo de crédito por lo que es o por lo que hace al final es sin sentido. Si uno  canta, es porque Él hizo la voz. Si uno sirve, es porque Él dio ese don. Si uno hace algo bien es porque en uno está la capacidad, dada por el Creador.

Muchos dirán que es por su esfuerzo y dedicación que han llegado lejos; y en un sentido tienen razón. Esto es la aplicación real de la parábola de los talentos. Lo que tú inviertes, será multiplicado. Invierta el  tiempo, el esfuerzo y los recursos y verás cómo tu inversión es acrecentado. Es un principio inquebrantable. Pero no olvides quién es el Multiplicador.

Entonces ¿qué le podemos dar nosotros? Habiendo recibido todo de Él y siendo todo Suyo ¿puedo ofrecerle algo?

Dos cosas muy importantes puedes dar a Dios.

Primero, tu decisión. Eres tú quien decide dar todo o nada a Él. Lo que Él te ha dado tú decides si se lo devolverás o no. Lo hermoso es que si lo haces jamás te arrepentirás.

Segundo, está tu compromiso.

¿Alguna vez intentaste lograr que alguien hiciera algo que no quería? ¡Cualquiera que tenga hijos adolescentes sabrá a qué me refiero! Es básicamente imposible. Se llegas a conseguir que haga algo será de mala gana y probablemente solo a medias. Sin embargo, cuando una persona está comprometida lo más probable es que no hará falta siquiera decirle qué debe hacer. Las personas comprometidas solo necesitan ser guiadas, no empujadas. ¡Qué alegría trabajar y servir con este tipo de persona!

Mire esta lista de características de una persona comprometida y pregúntese cuántas de ellas se ven en ti:

Es puntual. No llega sobre la hora ni después, sino antes de la hora fijada.
Es esforzado. No necesita que alguien le pida que lo haga. Nace de su corazón el deseo de dar todo de sí.
Es enseñable. Aprende de sus errores y acepta la corrección. Por lo tanto progresa.
Tiene predisposición. Sabes que puedes contar con él o ella. Cuando hay necesidad, siempre está para servir.
Es flexible. No dirá “Eso no es parte de mi trabajo”. Hará lo que haga falta porque está comprometido con los resultados.
Tiene iniciativa. Ve que algo falta y busca suplir la necesidad. No necesita que alguien le diga primero qué hacer porque ya vio y ya hizo.
Es valiente. Aunque algo le cueste, estará dispuesto a lanzarse porque su sentido de compromiso no le permite volver para atrás.
Crece. Una persona comprometida jamás se estanca. Siempre prosigue a la meta.

Volvamos a la pregunta inicial: ¿Qué podemos ofrecerle al Señor? La respuesta es sencilla: todo. Todo lo bueno, todo lo malo, todo el ser. Todo.

Señor
Me humillo ante ti, ofreciéndote todo lo que soy. Te pido perdón por las decisiones erradas y la falta de compromiso. ¡Gracias por aceptarme igual! Hoy decido darte todo y me comprometo a servirte por siempre. Ya no pondré excusas. Heme aquí.

Amén

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