Eres líder. No importa que no te hayan entregado un título
u otorgado un mando, eres líder. La razón es sencilla: eres ejemplo. El día que
dejaste a Jesús entrar a tu vida, te convertiste en un ejemplo a seguir. Lideras
a las personas con quienes trabajas, sirves y vives. La pregunta es ¿qué haces con el liderazgo que Él te ha
dado?
¡Cuán grande es la responsabilidad del líder! No solamente
guía, enseña y discipula, también es responsable ante Dios por cada persona
quien Él pone en sus manos. Jesús fue claro: “Mejor le sería si se le colgara una piedra de
molino al cuello y fuera arrojado al mar, que hacer tropezar a uno de estos
pequeños” (Lucas 17:2) Lo que Dios más ama es la gente. Cuando los pone en
nuestras vidas, Él observa qué hacemos con ellos.
La Obra es de Dios. El poder y la sabiduría vienen de Él.
Él nos da los frutos del Espíritu. Nos encamina y nos proporciona estrategias. El
Espíritu Santo nos entrega los dones necesarios para cumplir Sus propósitos y
nos revela cuál es la voluntad de Dios. Nos da todo lo que precisamos para realizar
un trabajo excelente; pero la responsabilidad
es nuestra.
Las personas quienes están bajo tu autoridad sea en tu
casa, tu trabajo, la iglesia o tu comunidad, deben estar creciendo. Si no lo
están tú estás fallando y tendrás que rendir cuentas a Dios por ello. Que no
seas tú el techo de nadie. Seas tú quien quita todo techo de los demás. Enseñe, aliente, impulse hacia arriba. Esto es
lo que Dios hace; y quiere que hagas lo mismo. El Señor no tiene límites. Él es
quien te ha llamado a liderar (a todos nos ha llamado a esto).
Habrá personas con quienes cueste más. Da gracias a
Dios por ellos. Nunca es fácil trabajar con la gente pero tenga por seguro que
nadie con quien estás conviviendo, nadie que trabaja o sirve contigo y nadie a
quien estés discipulando está ahí por coincidencia. Dios le puso ahí. Lo más
seguro es que a través de esa relación Él no solo esté trabajando en él o en
ella, sino también en ti. Dios obra a través de las personas; y es por medio de
la vida de aquel individuo difícil que Él a ti te está moldeando. Por lo tanto,
da gracias a Dios por él o ella; y ámale.
Todo esto se basa en una sola cosa: amor. Dios es amor y
si es Él quien te está moviendo, el amor tiene que ser tu motor. “Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los
misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar
montañas, pero no tengo amor, nada soy.” (1 Corintios 13:2) Examina tu corazón.
Sea sincera en cuanto a tus motivos. Si puedes decir que no es el amor tu
motivación, debes dejar todo, buscarle con desesperación y que Él llene tu
corazón de Su amor y compasión.
No hay mayor privilegio que poder ser de
influencia en otros. Nunca perdamos de vista que ese privilegio conlleva gran
responsabilidad. Amemos a las personas, sin importar quienes o cómo son. Demos gracias
a Dios por sus vidas y por Su obra en nosotras a través de ellos. Y sirvámosles.
Esto es liderar.
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