sábado, 5 de diciembre de 2015

BIEN ALGUNO


Le dije al Señor: “¡Tú eres mi dueño!
    Todo lo bueno que tengo proviene de ti”.
Salmos 16:2


¿Qué tengo yo, qué tienes tú, que no nos haya dado el Señor? Todo lo bueno que podamos tener viene de Él. Esta verdad tiene que talar nuestro corazón. Es cuando la entiendo que puedo comprender que nada lo he logrado a base de mi mérito y de nada podré enorgullecerme. Si tengo salud, es por Él. Si tengo fortaleza, es gracias a Él. Los talentos y capacidades que pueda mostrar ¿acaso los hice yo?

¡Cuánto gozo hay en comprender que todo viene de Dios y que todo es para Él! Me quita la presión de encima y puedo respirar. Si todo dependiera de mí y de lo que puedo o no puedo lograr, moriría en el intento de mostrar que soy capaz. Sin embargo, habiendo entendido que mientras dé lo mejor de mí y disfrute del viaje, puedo descansar sabiendo que de lo que no puedo lograr, Él se ocupara; y que Él no se olvida de ningún detalle. Esto me hace libre de tener que comprobar al mundo entero mi valor.

En Lucas 21 conocemos a una mujer quien no buscaba comprobar nada. Ella no se quebrantó por no tener mucho, ni expresó su frustración al no ser la más joven, la más pudiente, la más hermosa o la más x cosa. Era una viuda y por lo tanto no era importante en la sociedad judía. Según sus normas, era una nadie. No tenía la autoridad de un hombre sobre ella porque su esposo había fallecido; y por lo tanto para ellos ella era sin valor. Además, era pobre. Ni estatus ni bienes tenía para ofrecer. En nuestra sociedad moderna alguien en esas condiciones tampoco es considerada de mucho valor. Doy gracias al Señor porque Él no se maneja según nuestras normas.

Esta mujer supuestamente sin importancia hace algo extraordinario. Deposita dos moneditas en el ofrendero. “Espera,” me vas a decir. “Eso es lejos de algo extraordinario. No califica.” Equivocado. Lo extraordinario de sus hechos no reside en la cantidad que dio, sino en el sencillo hecho que dio todo lo que tenía.

Les digo la verdad —dijo Jesús—, esta viuda pobre ha dado más que todos los demás. Pues ellos dieron una mínima parte de lo que les sobraba, pero ella, con lo pobre que es, dio todo lo que tenía”.
Lucas 21: 3, 4

La actitud del corazón de esa mujer derritió el corazón del Señor. No fue la cantidad, sino la entrega total, lo que a Él le conmovió. Dios no necesita que le hagas rico. Él ya es dueño de todo. Lo que Él quiere es que le des todo.


A veces nos convencemos de que ese “todo” es demasiado poco. Miramos a otras más ricas, más hermosas, más flacas, más capacitadas, más algo y sacamos lo conclusión que lo que tenemos no vale la pena ofrecerlo. Amiga, tu todo es todo para Él.


No retengas nada para ti. No te guardes bien alguno. Entrega tu todo a Dios y a los demás sin temor. Ese es la ofrenda que a Él le agrada.

Padre
Te agradezco de corazón por haberme dado tanto. Perdóname por muchas veces haber pensado que nada tengo para darte. Hoy tomo la decisión de dártelo todo. Gracias por aceptar mi ofrenda. ¡Te amo, Señor!

Amén 

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