Le dije al Señor: “¡Tú eres mi dueño!
Todo lo bueno que tengo proviene de ti”.
Todo lo bueno que tengo proviene de ti”.
Salmos 16:2
¿Qué tengo yo, qué tienes tú, que no nos haya dado el
Señor? Todo lo bueno que podamos tener viene de Él. Esta verdad tiene que talar
nuestro corazón. Es cuando la entiendo que puedo comprender que nada lo he
logrado a base de mi mérito y de nada podré enorgullecerme. Si tengo salud, es
por Él. Si tengo fortaleza, es gracias a Él. Los talentos y capacidades que
pueda mostrar ¿acaso los hice yo?
¡Cuánto gozo hay en comprender que todo viene de Dios y que
todo es para Él! Me quita la presión de encima y puedo respirar. Si todo
dependiera de mí y de lo que puedo o no puedo lograr, moriría en el intento de
mostrar que soy capaz. Sin embargo, habiendo entendido que mientras dé lo mejor
de mí y disfrute del viaje, puedo descansar sabiendo que de lo que no puedo
lograr, Él se ocupara; y que Él no se olvida de ningún detalle. Esto me hace libre
de tener que comprobar al mundo entero mi valor.
En Lucas 21 conocemos a una mujer quien no buscaba
comprobar nada. Ella no se quebrantó por no tener mucho, ni expresó su
frustración al no ser la más joven, la más pudiente, la más hermosa o la más x
cosa. Era una viuda y por lo tanto no era importante en la sociedad judía. Según
sus normas, era una nadie. No tenía la autoridad de un hombre sobre ella porque
su esposo había fallecido; y por lo tanto para ellos ella era sin valor. Además,
era pobre. Ni estatus ni bienes tenía para ofrecer. En nuestra sociedad moderna
alguien en esas condiciones tampoco es considerada de mucho valor. Doy gracias
al Señor porque Él no se maneja según nuestras normas.
Esta mujer supuestamente sin importancia hace algo
extraordinario. Deposita dos moneditas en el ofrendero. “Espera,” me vas a decir.
“Eso es lejos de algo extraordinario. No califica.” Equivocado. Lo extraordinario
de sus hechos no reside en la cantidad que dio, sino en el sencillo hecho que
dio todo lo que tenía.
“Les digo la verdad —dijo
Jesús—, esta viuda pobre ha dado más que todos los demás. Pues ellos dieron una mínima parte de lo que les sobraba, pero
ella, con lo pobre que es, dio todo lo que tenía”.
Lucas
21: 3, 4
La actitud
del corazón de esa mujer derritió el corazón del Señor. No fue la cantidad,
sino la entrega total, lo que a Él le conmovió. Dios no necesita que le hagas rico.
Él ya es dueño de todo. Lo que Él quiere es que le des todo.
A veces nos
convencemos de que ese “todo” es demasiado poco. Miramos a otras más ricas, más
hermosas, más flacas, más capacitadas, más algo
y sacamos lo conclusión que lo que tenemos no vale la pena ofrecerlo. Amiga, tu
todo es todo para Él.
No retengas
nada para ti. No te guardes bien alguno. Entrega tu todo a Dios y a los demás
sin temor. Ese es la ofrenda que a Él le agrada.
Padre
Te agradezco de corazón por haberme dado tanto. Perdóname por muchas veces
haber pensado que nada tengo para darte. Hoy tomo la decisión de dártelo todo. Gracias
por aceptar mi ofrenda. ¡Te amo, Señor!
Amén
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