martes, 2 de septiembre de 2014

POSTRADAS


Ezequiel había visto una visión por primera vez a los treinta años, estando en cautiverio en Babilonia. En respuesta se postró rostro al suelo. Fue la única réplica posible ante la majestad divina. Una ojeada de la grandeza de Dios acentúa la inmensa diferencia que existe entre Él y nosotros. Es cierto que hemos sido creados a la imagen de Dios pero Él es temible. Su poder es inmedible y Su majestad es abrumadora. ¿Hoy dimensionamos esa realidad?

Él es Hacedor, Creador, omnipotente, todopoderoso y majestuoso. El universo le obedece. Todo se ordena según Sus deseo y Él es dueño de la eternidad. Su poder y autoridad no conocen límites. ¿Nosotros quiénes somos delante de Dios? Cuando llegamos a contemplar aunque sea un poco de Su esplendor, nuestra única posible respuesta será la misma que la de Ezequiel: postrarnos delante de Él.

Alguien quien también se postró delante de Dios fue Job. En el capítulo 38 de Job Dios aparece repentinamente desde un torbellino. Llegó sin aviso y de una manera muy llamativa. ¿Sabes cómo es un torbellino? Crea disturbio, levanta todo a su paso y es calamitoso. Dios no llegó de manera desapercibida. Se presentó con poder y la respuesta de Job fue humillarse. La respuesta de Dios a Job es “Ahora ciñe como varón tus lomos;”. Le está diciendo “Levántate. Prepárate. Mentalízate para lo que se viene.”

¿Quiénes somos nosotros para que el único Dios nos trate así? Nada somos. No merecemos ese trato. Es asombroso que Él trate de una manera tan directa con quienes somos como el vapor. “El hombre es semejante a un soplo; sus días son como una sombra que pasa.(Salmos 144:4) Sin tener necesidad de hacerlo, Él interactúa con nosotros. Aunque no le podemos dar nada, Él nos da todo. A pesar de que nos podría aplastar en un instante con Su mano de poder, Él nos sostiene con amor. 
  

A los dos, a Ezequiel y a Job, Dios los pone de pie delante de Su majestad y trata de manera personal con cada uno. Él hace lo mismo hoy. Ante la majestuosidad de Dios solo podemos postrarnos. Nos asombra Su belleza y Su gloria, y caemos rostro a tierra; pero luego Él viene y nos levanta. Nos dice, “Quiero que escuches porque tengo algo especialmente para ti”. ¿Cómo no amar a alguien así?

Nuestro Dios es temible, esto nunca debemos olvidar. Él no puede ser encajonado en nuestros conceptos limitados. Es y siempre será mucho más grande de lo que podemos percibir; y a la vez, es y será quien nos trata con amor y paciencia, quien nos da lo mejor y obra siempre para bien. Te animo a que hoy te postres delante de Él y que luego te pongas de pie, porque Él tiene algo preparado especialmente para ti.  


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