Ezequiel
había visto una visión por primera vez a los treinta años, estando en
cautiverio en Babilonia. En respuesta se postró rostro al suelo. Fue la única réplica
posible ante la majestad divina. Una ojeada de la grandeza de Dios acentúa la
inmensa diferencia que existe entre Él y nosotros. Es cierto que hemos sido
creados a la imagen de Dios pero Él es temible. Su poder es inmedible y Su
majestad es abrumadora. ¿Hoy dimensionamos esa realidad?
Él
es Hacedor, Creador, omnipotente, todopoderoso y majestuoso. El universo le
obedece. Todo se ordena según Sus deseo y Él es dueño de la eternidad. Su poder
y autoridad no conocen límites. ¿Nosotros quiénes somos delante de Dios? Cuando
llegamos a contemplar aunque sea un poco de Su esplendor, nuestra única posible
respuesta será la misma que la de Ezequiel: postrarnos delante de Él.
Alguien
quien también se postró delante de Dios fue Job. En el capítulo 38 de Job Dios
aparece repentinamente desde un torbellino. Llegó sin aviso y de una manera muy
llamativa. ¿Sabes cómo es un torbellino? Crea disturbio, levanta todo a su paso
y es calamitoso. Dios no llegó de manera desapercibida. Se presentó con poder y
la respuesta de Job fue humillarse. La respuesta de Dios a Job es “Ahora ciñe como varón tus lomos;”.
Le está diciendo “Levántate. Prepárate. Mentalízate para lo que se viene.”
¿Quiénes somos
nosotros para que el único Dios nos trate así? Nada somos. No merecemos ese
trato. Es asombroso que Él trate de una manera tan directa con quienes somos
como el vapor. “El hombre es semejante a un soplo; sus
días son como una sombra que pasa.”(Salmos 144:4) Sin
tener necesidad de hacerlo, Él interactúa con nosotros. Aunque no le podemos
dar nada, Él nos da todo. A pesar de que nos podría aplastar en un instante con Su
mano de poder, Él nos sostiene con amor.
A los dos, a
Ezequiel y a Job, Dios los pone de pie delante de Su majestad y trata de manera
personal con cada uno. Él hace lo mismo hoy. Ante la majestuosidad de Dios solo
podemos postrarnos. Nos asombra Su belleza y Su gloria, y caemos rostro a
tierra; pero luego Él viene y nos levanta. Nos dice, “Quiero que escuches
porque tengo algo especialmente para ti”. ¿Cómo no amar a alguien así?
Nuestro Dios es
temible, esto nunca debemos olvidar. Él no puede ser encajonado en nuestros
conceptos limitados. Es y siempre será mucho más grande de lo que podemos
percibir; y a la vez, es y será quien nos trata con amor y paciencia, quien nos
da lo mejor y obra siempre para bien. Te animo a que hoy te postres delante de
Él y que luego te pongas de pie, porque
Él tiene algo preparado especialmente para ti.
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