Si
vivimos, nos relacionamos con las personas. Nadie se escapa de eso. Lo más difícil muchas
veces es el buen relacionamiento con los demás. Hay tanta riqueza de personalidad,
carácter, educación y cultura que a veces parece imposible entender a la gente.
¿Quién
no ha tenido alguna vez un roce con alguien? ¿Alguien puede decir que en toda
su vida nunca tuvo problemas con nadie? No lo creo. En el trabajo, en la casa,
manejando por la calle y en cualquier parte nos topamos con personas que a menudo
nos inspiran a hacernos preguntas difíciles – ¡y hasta a decir lo que no
deberíamos!
A
pesar de la dificultad que traen las relaciones, es justamente por ellas que
vamos a responder ante Dios. No nos va a preguntar cuánto acumulamos en la
cuenta bancaria, sino en cómo usamos lo que Él nos dio para bendecir a otros. No
nos dará palmadas en la espalda en comprensión por la persecución que sufrimos.
Evaluará si, aún en medio de ella, amamos a nuestros enemigos. No nos
felicitará por juzgar o criticar a otros, sino por levantarlos y alentarlos
siempre. Cada situación que vivimos, Él lo permite. Cada situación es una
oportunidad para mejorar las relaciones y para perfeccionarnos.
¿Cómo,
entonces, podemos ser hijos e hijas de Dios, ejemplares en nuestro trato con
los demás? Salmos 32: 7 nos promete lo que necesitamos: Tú me dijiste: “Yo te voy a
instruir; te voy a enseñar cómo debes portarte. Voy a
darte buenos consejos y a cuidar siempre de ti.” Nuestro Papá nos
enseña a través de Su Palabra cómo actuar. Necesitamos leerla y practicarla.
Quizás
me digas ahora, “Más fácil es decirlo que hacerlo” y tendrás toda la razón. Nunca
nada de valor fue fácil de conseguir. Implica trabajo y sacrificio. Implica morir.
Dios
nos exhorta a morir. Juan 12:24 nos explica el por qué: “Ustedes
saben que el grano de trigo no produce nada, a menos que caiga en la tierra y
muera. Y si muere, da una cosecha abundante.” No podemos ver fruto en nuestra vida mientras
siga viva nuestra voluntad. Es nuestro deseo lo que nos llevará a la pelea y la
discusión. Nuestra voluntad hará que queramos imponer nuestra forma de pensar. Nuestro
carácter nos impulsará a criticar y juzgar. Y todo eso matará a nuestras
relaciones. Morir es dejar al otro avanzar en nuestro lugar. Es estar dispuesto
a hacer menguar nuestros anhelos y pensamientos para los del otro. Es pedir
perdón aún cuando no tenemos la culpa. Es buscar la paz en todo tiempo aunque
seamos quién tenga que pagar el precio por ello.
Suena ridículo para la lógica humana. Según los preceptos
del mundo, el éxito es acumular y ganar, sin importar el costo. Dios nos enseña
que el verdadero tesoro se consigue con un alto precio: el yo.
Muchas personas me han criticado en la vida. He sido
perseguida y desechada, abandonada y maldecida; pero en el Señor todo ha sido
resuelto porque morí y Él vive en mí. Al morir he podido hacer lo que parece
ser lo más difícil de todo: amar y bendecir. Te animo hoy a
que entregues a Dios las relaciones que te cuestan. No intentes cambiar a las
personas, ni los juzgues. Guarda tus palabras, y ámalos. Deja que Dios haga Su
obra en ellos y tú guarda tu corazón. Que en el día de mañana Dios apruebe tu
actitud y que ellos le hayan visto a Él en ti.
“Amen
a los demás con sinceridad. Rechacen todo lo que sea malo, y no se aparten de
lo que sea bueno. Ámense unos a otros como hermanos, y respétense siempre.”
Romanos 12:9
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