En la vida nos van a fallar. Habrá momentos en
los cuales nos sentiremos defraudados y atónitos ante la traición de quienes
más amamos. Es que así es la vida. ¿Quién puede vivir dentro de una burbuja
donde nadie le puede lastimar? El dolor es parte del crecimiento, parte del
camino hacia arriba.
¿Alguna vez le fallaste a alguien? Si bien es
horrible ser herido por otros, no es mejor estar del otro lado. Ser la persona
quien hirió es una carga muy pesada.
Alguien quien supo de fallar a quien más amaba
fue Pedro. Había conocido a Jesús en la playa, le había visto de verdad por
primera vez en una barca rebosando de
peces y había caminado a Su lado durante tres años, siendo transformado y
probado en preparación para lo que se venía. En Mateo 26:33 vemos su postura
firme: “Otros te podrán dar la espalda pero yo jamás.” Él estaba tan seguro de
sí mismo que afirmó que sería fiel hasta el final.
Sin embargo, cuando en las tinieblas del
Getsemaní los soldados llegaron hubo un momento de reacción iracunda y luego,
como dice Lucas 22:54, “…Pedro siguió a la distancia”. De repente ya no era tan
seguro de sí mismo.
Quizás en tu vida hayas estado de ambos lados de
esta historia: tanto el traicionado como el traicionador. No sé de qué lado
estas hoy. Quizás estés luchando hoy con el dolor de haber sido abandonado o
rechazado. Tal vez estés sintiendo la carga insoportable de saber que heriste o
traicionaste a alguien. Para ambos papeles hay consuelo y respuesta en la
historia de Pedro.
El discípulo apasionado dio la espalda a su
Amigo y Maestro. Le negó aunque había prometido que jamás lo haría. En el
instante en que él le niega por la tercera vez, al otro lado del patio, Jesús
se da la vuelta y le mira. No puedo imaginar el torbellino que habrá surgido en
Pedro en ese momento. Con razón que salió corriendo de ahí. En un instante se
vio en el espejo de los ojos de su mejor amigo y no se aguantó.
Sería tan fácil juzgarle si no fuéramos tan
parecidos. La persona quien guarda rencor aún no ha entendido cuán falible él o
ella es. Miro la historia de Pedro y me identifico plenamente. ¡Cuántas veces
en mi vida fallé aún cuando no quise! En más de una ocasión he hecho justamente
lo que había decidido que no haría. Muchas personas a través de los años han
sido lastimadas por mis actitudes, acciones y palabras. Entonces ¿quién soy yo
para juzgar a Pedro o a cualquier otra persona?
Hay esperanza. Pedro corrió de la casa del Sumo
Sacerdote. Habrá querido desaparecer, y de hecho lo hizo. No sabemos a dónde se
fue en ese momento. La siguiente oportunidad en la que le vemos parece una
repetición de un capítulo anterior de su vida. Está sentado en una barca
después de una noche infructífera. Ni un pececito había sacado en toda la
noche. De nuevo, una barca. Una vez más, el mar de Galilea. Otra vez, ni un pez
a la vista. Habían sido pescadores siempre – pero ahora, aunque estaban sin Él,
ellos ya no eran los mismos. A veces nada alrededor cambia pero dentro uno todo
es diferente.
Cuando está amaneciendo, aparece alguien en la orilla quien les
pregunta si han pescado algo. Ante la negativa, les indica, “Echen la red a la
mano derecha del barco.” Apenas siguieron sus instrucciones, la red pesó tanto
que no lo podían sacar. Entonces se dieron cuenta. Era Jesús.
Pedro, el hombre quien traicionó a su Amado, se
tira del barco y llega a nados hasta la orilla. No pensó que Jesús lo
rechazaría, ni le limitó el considerar que tal vez le regañaría. Estaba feliz y
lleno de esperanza. ¿Por qué? Porque le conocía a Jesús. La Biblia no nos
relata los detalles de la conversación que tuvieron al salir Pedro del agua.
Hay un lapso durante el cual los discípulos llegan en el barco hasta la playa
en que Pedro y el Señor están solos en la playa. ¿Qué se habrán dicho? Puedo
imaginar un efusivo abrazo restaurador entre el Mesías manifestado y el
pescador empapado. Da testimonio del poder del perdón para liberar y restaurar.
¡Qué escena tan hermosa! El hecho de que Pedro
haya traicionado a Jesús es tan inexplicable como el perdón instantáneo que
recibe. Sin embargo, en Jesús sí se puede explicar. Él es tan lleno de bondad y
misericordia que comprende nuestro corazón y siempre obra para nuestra
restitución.
¿Dónde estás hoy? No hay
excusas. Es hora de pedir perdón. Es tiempo de perdonar.