martes, 11 de octubre de 2016

HIJA DE DIOS

Había un tiempo en mi vida en el cual yo luchaba por el reconocimiento. No me daba cuenta de ello,  pero era mi pan diario. Sentía que tenía valor cuando la gente me felicitaba - la famosa terapia de las palmaditas en la espalda. Esto está bien mientras las cosas vayan bien y la gente te felicite,  pero el problema es que te exige la perfección. Al final,  solo lo perfecto o casi perfecto recibe el reconocimiento. Cuando salen mal las cosas,  cuando recibes críticas y nadie te aplaude entonces crees que no tienes valor.

El Señor en Su inmenso amor trató esa actitud mía. Me mostró que yo trataba de ganar el reconocimiento (hasta lo Suyo) porque lo interpretaba como amor; pero que Su amor ya era totalmente mío. ¡No necesitaba ganarlo porque ya me pertenecía por completo! Cuán grande libertad siento desde ese día. Puedo hacer todo lo que hago con el mismo esfuerzo que antes,  buscando la misma excelencia,  pero sin la terrible presión de tener que comprobar quién soy.

Nuestros roles parecieran definir quienes somos,  pero no es así. Aunque estés cumpliendo cabalmente con tus tareas,  es posible que nadie lo vea. ¿Esto hace de menor valor tu esfuerzo? No. Dios no te pide la perfección sino la humildad. La humildad obra por amor,  sin buscar nada para sí misma.

Debes entender que eres más que esposa y madre. Eres más que la hija de tus padres. No es un apellido lo que te otorga valor. Eres mucho más que abogada,  doctora,  profesora,  costurera,  cocinera,  ama de casa o lo que fuese a que te dedicas. Eres hija de Dios.

No te define la excelencia con la cual te desempeñas,  ni el dinero que ganas. No te define el reconocimiento de otros,  ni la falta de ello. No necesitas comprobar a nadie quien eres. Te define el amor de tu Padre. Eres hija de Dios.

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